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A pesar de conocer su alta toxicidad y de que los trabajadores de las fábricas enfermaban uno tras otro por envenenamiento, Midgley se empeñó en negar la verdad e incluso simuló ante los periodistas que el plomo era perfectamente inocuo. En una rueda de prensa digna de ser recordada, Migdley se roció con plomo por el cuerpo y lo inhaló insistentemente de un bote mientras insistía en que podía hacer aquello todos los días. Por supuesto, cayó enfermo al cabo de unas horas y se mantuvo apartado durante meses de la opinión pública mientras se recuperaba. (Seguir leyendo)
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Así pues, en apenas 20 años Midgley había propiciado el vertido de miles de toneladas de plomo sobre el planeta y la generación de una cantidad de CFC suficiente para destrozar buena parte de las reservas de ozono. No es de extrañar que, unos años después, un historiador calificara a Midgley como de “el organismo vivo que más impacto ha tenido en la atmósfera en la historia de la Tierra".
Para culminar su historia de despropósitos, en 1940 Midgley contrajo la polio y quedó postrado en la cama. A sus 51 años, el ingeniero se obsequió a sí mismo con una de sus creaciones y diseñó un sistema de poleas y cables para moverse sobre la cama. En 1944, la máquina se puso en marcha y Midgley murió estrangulado por su propio invento.
La historia también se cuenta en Una breve historia de casi todo, de Bill Bryson
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