La noche del 6 de junio de 1983, los tripulantes del mercante español Alraigo vieron aparecer un caza de la Royal Navy sobre sus cabezas y posarse aparatosamente sobre la cubierta de su barco. El piloto, a punto de quedarse sin combustible, realizó una maniobra desesperada y consiguió atravesar el Harrier sobre unos contenedores y una vieja furgoneta. La escena duró apenas 30 segundos y entró en la Historia como el primer aterrizaje de un caza militar sobre un buque civil en alta mar. En las horas siguientes, el avión sería trasladado a Tenerife y retenido por la tripulación durante varios días. Ésta es la historia del conflicto diplomático que casi desata el suceso:
Eran las 11 de la noche de un lunes veraniego y el carguero canario Alraigo navegaba a unas 120 millas náuticas al sudoeste de Oporto (Portugal). En el cielo, el piloto Ian Watson, se encontraba sobrevolando la zona al mando del Sea Harrier FRS1/FA2 -ZA176, en vuelo de reconocimiento. Watson había despegado del portaviones británico HMS Illustrious y tras varios minutos en el aire descubrió que no funcionaba ni el equipo de navegación ni la radio, por lo que no tenía manera de hallar el camino de vuelta. Tras intentar localizar visualmente su portaaviones y cuando apenas le quedaba un minuto de autonomía, Watson divisó la silueta del Alraigo sobre las aguas del Atlántico y no dudó en realizar un aterrizaje vertical sobre el único objeto flotante en millas a la redonda. (Seguir leyendo)
Cuando vieron salir al piloto, los marineros del Alraigo no daban crédito a lo que acababa de suceder. Watson comprobó que todo estaba en orden y se presentó a la tripulación. Sin embargo, el capitán, que tenía que cumplir con sus horarios, ordenó afianzar el caza a la cubierta y continuar rumbo a Tenerife, adonde se dirigía con su carga.
En los siguientes minutos, la noticia de que uno de sus cazas se hallaba en la cubierta de un carguero civil llegó hasta el HMS Illustrious que comenzó a emitir señales de radio con la intención de desviar al Alraigo hacia Portugal. Pero el capitán no estaba dispuesto a pasar por el aro aunque se lo ordenara un portaaviones. Unas horas después la noticia saltó a los medios de comunicación y la tensión fue creciendo por momentos.
Tres días después, el mediodía del jueves 9 de junio, el Alraigo entró en el puerto de Tenerife ante la presencia de centenares de curiosos, con un avión caza atado en su cubierta. A lo largo de los siguientes días el Gobierno británico inició las gestiones para recuperar el aparato (valorado en unos 1.500 millones de pesetas) y se comprometió a recompensar a la tripulación del Alraigo por los riesgos sufridos. De hecho, aunque la maniobra del piloto fue considerada heroica, supuso un auténtico peligro para los hombres del Alraigo: un sobrepeso sobre la cubierta podía haber alterado los centros de gravedad y haber enviado el barco a pique, por no hablar de los daños que podía haber producido el calor de los motores.
Al cabo de varios días, la situación comenzó a ser muy incómoda para la tripulación, que llegó a amenazar con encadenarse al Harrier como única garantía de que se cumpliera el compromiso de pago. De hecho, ante la falta de noticias, aseguraron que no permitirían el desembarco del avión hasta que no se les garantizara una compensación.
Finalmente, el Gobernador Civil de Santa Cruz de Tenerife ordenó el desembarco del avión bajo la amenaza de utilizar la fuerza. El día 15 de junio, a las 15:10 horas, una grúa de la compañía auxiliar del puerto sacó el Harrier del Alraigo y lo depositó sobre la cubierta del petrolero británico British Hay.
Según publicaron algunos medios, como el diario El País, la tripulación llegó a recibir unos 3,6 millones de pesetas de la época como premio por el rescate, una bonita recompensa por una de las experiencias más surrealistas que jamás se hayan vivido en alta mar.
Eran las 11 de la noche de un lunes veraniego y el carguero canario Alraigo navegaba a unas 120 millas náuticas al sudoeste de Oporto (Portugal). En el cielo, el piloto Ian Watson, se encontraba sobrevolando la zona al mando del Sea Harrier FRS1/FA2 -ZA176, en vuelo de reconocimiento. Watson había despegado del portaviones británico HMS Illustrious y tras varios minutos en el aire descubrió que no funcionaba ni el equipo de navegación ni la radio, por lo que no tenía manera de hallar el camino de vuelta. Tras intentar localizar visualmente su portaaviones y cuando apenas le quedaba un minuto de autonomía, Watson divisó la silueta del Alraigo sobre las aguas del Atlántico y no dudó en realizar un aterrizaje vertical sobre el único objeto flotante en millas a la redonda. (Seguir leyendo)
Cuando vieron salir al piloto, los marineros del Alraigo no daban crédito a lo que acababa de suceder. Watson comprobó que todo estaba en orden y se presentó a la tripulación. Sin embargo, el capitán, que tenía que cumplir con sus horarios, ordenó afianzar el caza a la cubierta y continuar rumbo a Tenerife, adonde se dirigía con su carga.
En los siguientes minutos, la noticia de que uno de sus cazas se hallaba en la cubierta de un carguero civil llegó hasta el HMS Illustrious que comenzó a emitir señales de radio con la intención de desviar al Alraigo hacia Portugal. Pero el capitán no estaba dispuesto a pasar por el aro aunque se lo ordenara un portaaviones. Unas horas después la noticia saltó a los medios de comunicación y la tensión fue creciendo por momentos.
Tres días después, el mediodía del jueves 9 de junio, el Alraigo entró en el puerto de Tenerife ante la presencia de centenares de curiosos, con un avión caza atado en su cubierta. A lo largo de los siguientes días el Gobierno británico inició las gestiones para recuperar el aparato (valorado en unos 1.500 millones de pesetas) y se comprometió a recompensar a la tripulación del Alraigo por los riesgos sufridos. De hecho, aunque la maniobra del piloto fue considerada heroica, supuso un auténtico peligro para los hombres del Alraigo: un sobrepeso sobre la cubierta podía haber alterado los centros de gravedad y haber enviado el barco a pique, por no hablar de los daños que podía haber producido el calor de los motores.
Al cabo de varios días, la situación comenzó a ser muy incómoda para la tripulación, que llegó a amenazar con encadenarse al Harrier como única garantía de que se cumpliera el compromiso de pago. De hecho, ante la falta de noticias, aseguraron que no permitirían el desembarco del avión hasta que no se les garantizara una compensación.
Finalmente, el Gobernador Civil de Santa Cruz de Tenerife ordenó el desembarco del avión bajo la amenaza de utilizar la fuerza. El día 15 de junio, a las 15:10 horas, una grúa de la compañía auxiliar del puerto sacó el Harrier del Alraigo y lo depositó sobre la cubierta del petrolero británico British Hay.
Según publicaron algunos medios, como el diario El País, la tripulación llegó a recibir unos 3,6 millones de pesetas de la época como premio por el rescate, una bonita recompensa por una de las experiencias más surrealistas que jamás se hayan vivido en alta mar.
Más detalles
* Esta historia ha sido posible gracias a la infinita generosidad de Muxfin (Colgado de las Telecomunicaciones), que me pasó los datos.
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